
La eternidad es un jarrón de agua que nunca se llena, gotas de lluvia en mis mejillas que no cesan, un mar profundo en el que me hundo lentamente. Una banda de moebius en la que estoy atrapado, en un vaivén dialéctico, dicotómico: el día y la noche, el sol y la luna, blanco y negro, dulce y salado, la vida y la muerte.
Como un ocho acostado, dando vueltas en el infinito. Como la forma de una guitarra, de las que sus cuerdas me DOminan, REtumban en la habitación, que atraviesan MI cuerpo FAmélico, SOLlozando, LÁnguido, SIlencioso… pieza sin fin, melodía que insiste y se re-edita, fluyendo como agua de río, con fuerza, sin parar, esquivando las piedras, arrastrándome en crecida, bordeando laderas, desembocando en aquél profundo mar en el que me hundo lento.
Una caída vertical sin fin, sin momento para tocar el fondo… no existe el fondo, sólo el resbalo de mi cuerpo entre los mantos que juegan conmigo y me despiden en el mismo acto que nunca acaba, escuchando los mismos acordes una y otra vez, que me anclan al suelo fangoso y no me dejan salir… ¿salir?, ¿a dónde? A la superficie donde las olas me revuelcan, perdiendo la esperanza y recuperándola en cada respiro, en cada ahogamiento.
Imaginando que la turbulencia me lleva a la orilla para llenar los jarrones, borrar la lluvia de mis mejillas, salir del río y no volver a desenvocar más en el mar.